¿Recuerdas el maullido del gato solitario que nunca llegué a ver?
Esa noche estuve a punto de acabar con mi vida. Está de más el
mencionar que mi poesía desbordó a caudales tras brutal
decepción, sus infidelidades fueron el puerto de partida para ser
ese poeta errante del cual todos hablan. Pero en sincero pensar, no
hay que dejar de lado que mis venas ya no fueron ultrajadas tras
levantarme a buscar al gato, el cual evitó mi muerte. Felino,
infeliz, nunca lo volví a ver, escuchar o detectar. Solo llegó a evitar
que muriera y seguro sabía más que cualquier invento religioso
que podría recitar mi dolor tras recordar su cuerpo desnudo a
faena de lucha encima de él. Continuando con lo absurdo que
puede ser y dejar ser por un ser, en mi caso una mujer. Hay que
reconocer que antes de evaluar al tercero, tenemos que empezar
por uno mismo. Nadie busca en la calle lo que le hace falta, pues a
falta de tacto en total locura puede que el tercero tenga destreza
de lujuria. Necesitas aceptar que te falta terreno, y necesitas los
encantos de un bello cuerpo para entender el orgasmo latente de
una entrepierna ardiente. Está de más que te cuente que mis
poemas no los entendió, más si los leyó centenar de veces sin
comprender el dolor que corría por cada letra. Puede que sea una
carga insólita mi presencia en su vida, y sigo buscando aquejo de
culpa, entre la sombra de su caminar. No dejo verme, no permito
escucharme. Soy una bomba latente que más que perfecto tengo
contado el tiempo, tiempo prestando a posta de virtud, virtud cuál
ahora vuelvo a compartir con ella, la perdoné con acusación de
imbécil por la muchedumbre en mi apoyo. Soy el suspiro que dejó
de respirar cuando ella se dio cuenta sin notarlo que ya se había
cansado de mí. Ahora lo entiendo, no necesita un niño, necesita al
poeta cuál trovador pueda llevar su mente a versos de psicosis, los
poetas tenemos un tren pendiente con la misma estación
esperando, solo necesitamos un gato, hojas de papel, una mujer y
hacerle el amor al abecedario. Entre esta partida y dicha estación,
habrá muchas paradas con entrepiernas declaradas. Es hora de
eliminar los celos, pues recitando puedo calmar al mismo infierno.
Es hora de dejar los sentimientos, flores y cancionistas bonitas, ella
no necesita liricistas de amor, necesita un enfermo mental cuál
ególatra pueda calmar ese infierno que arde entre sus senos.
Puede ser fácil hablar del dolor, hablar de uno mismo sin contar la
cola cuál la vida machuca sin comentar, nadie sabe el karma de
mis lágrimas y necesito expiar mis pecados pasados. Mi perdón es
más que una curiosidad, es mi puerta al mañana de mi
reivindicación como hombre, pues únicamente con un demonio en
desnuda altura podré sanarme. Acá hay una clara diferencia entre
ella y yo, pues aún sabiendo que somos un batallón cuál desfila
por su cama, yo voy a saciar sus deseos intentando estar su altura,
yo sé que tengo las piernas de su corazón abiertas para cuando
guste y desee entrar, si vamos a entrar lo haremos con altura, una
mujer es un poema y hacerle el amor es un recital, por ello hay
que ser un digno orador. Dejemos de lado sus engaños y mentiras,
algo le hace falta su vida. Mientras pago por mis pecados,
bebiendo el néctar de su humedad, intentaré ser lo que siempre
quiso, ser ese hombre cuál calme su lujuria, al final tenemos que
reconocer, que ella se merece el cielo por el infierno que arde entre
sus piernas. Estoy triste, no lo niego. Pero ojalá sea la sonrisa más
triste, ojalá sea más que un versículo de algún poemario, pues las
sonrisas tristes son las más felices del mundo cuando alguna vez
se estuvo enamorado. ¿Cómo me siento? No te preocupes. La
felicidad al sufrir, después de que ella me rompiera el corazón, me
hizo humano (Recordemos al gato). Aprendí a sobrevivir a base
del dolor usando el veneno de sus infidelidades para superarle.
Abnegación total al sufrimiento ornamental…
Leerme mujer, te volverá a doler. No entendiste mis poemas, pero
al final reconociste que:
-Lo que por ti hice lo que por nadie nunca read less